(Nota de la editora: Escribí el texto que copio abajo hacia 1995 y fue publicado en el desaparecido diario El Siglo, donde entonces laboraba. El 22 de agosto recién pasado lo leí, aunque no completo por escasez de tiempo, en la vista pública celebrada entonces por la comisión de la Cámara de Diputados encargada de estudiar modificaciones al Código Penal. En la oportunidad, una de las sectas cristianas institucionalizadas -vaya usted a saber de cuál de las denominaciones- montó frente al Congreso Nacional un espectáculo de marketing del terror como uno de sus "argumentos" para oponerse a la demanda -porque de eso se trata- de grupos de mujeres feministas y de ciudadanas y ciudadanos, incluso médicos, que reclaman que nadie se meta en el cuerpo de la mujer, espacio sagrado en el que sólo cabe Dios. Y clamando por el derecho a la vida de las mujeres marginadas obligadas a abortar en condiciones peligrosísimas para su integridad personal, mientras las damas de la alta y media sociedad podemos hacerlo -lo de "podemos hacerlo" asúmase como una metáfora porque ya agoté mi ciclo biológico reproductivo-. Nuevamente la iglesia oficial de República Dominicana, la Católica, por boca de su jefe López Rodríguez, insiste en mterse en la libertad personal. Se harían un buen servicio a sí mismos, a sus iglesias y a las y los jóvenes si se ocupan de sus capillas y de los dormitorios de sus curas, sacerdotes y pastores. Ninguna mujer, excepciones aparte (si es que las hay), quiere abortar por abortar, como un deporte. Y mucho menos en centros carentes de asepsia, como son la mayoría de aquellos en los que se hacen abortos las mujeres marginadas. Con tantos problemas que hay aquí, allá y acullá, los seudos representantes de Dios persisten en vulnerar el libre albedrío, metiéndose en la vida privada ajena, mientras descuidan sus propios templos y no acaban de enterarse de las barbaridades de todo tipo que se dan en esta injustísima sociedad. Y tampoco se animan a ir a fajarse a los barrios a "bajar el lomo" ejecutando proyectos de desarrollo comunitario. No. Porque perder el confort de los ambientes de la buena mesa, buenos vinos, acondicionadores de aire y vehículos de lujo a que están acostumbrados -!cuán diferentes a la vida de Cristo¡- podría inducirles a delinquir, no para preservar comodidades, sino para conseguir "las tres calientes", como deben hacer muchos de los "delincuentes callejeros". Porque en los palacios, la impunidad campea hace añales... Y nadie osa iniciar un "intercambio de disparos".
Las cifras que cito están desactualizadas; hoy las estadísticas son más elevadas).
Desde un vientre...
Sé, porque conozco las estadísticas, que en este país de cada 100 embarazos, 48 no son deseados y de éstos, 28 terminan en abortos, en abortos inducidos, es decir, en interrupción voluntaria de un embarazo por “decisión” de la mujer preñada. A veces, también sé, la “decisión” no es de la mujer, sino del hombre con quien tuvo la relación que terminó en embarazo y quien opta por ese “crimen” para “salvar” su matrimonio, en unos casos, y, en otros, porque sencillamente no quiere tener “un hijo de la calle”.
Recientemente conocí datos de una investigación realizada en seis países de América Latina y El Caribe por el Instituto Alan Guttmacher (1994), según los cuales en esta nación se practican 82,000 abortos inducidos cada año. Y que unas 16,500 de las mujeres que abortan son hospitalizadas cada año por complicaciones secuelas de tales abortos y que otras 10,000 también experimentan complicaciones, pero no son internadas.
Se trata, en un altísimo porcentaje, de mujeres de la población pobre, quienes abortan en condiciones carentes de asepsia y/o mediante métodos tan “especiales”, como la toma de brebajes potencialmente dañinos para la salud o la introducción de un alambre en la vagina.
También sé, porque vivo en este país y tengo oídos para oír y ojos para ver, que otras muchas mujeres (no sé cuántas porque hay absoluta discreción en esta cuestión), que muchas otras mujeres abortan sin exponerse virtualmente a riesgo alguno. Porque tienen el dinero suficiente para pagar el aborto a un buen médico, en una buena clínica. Y hasta para comprar el silencio de la autoridad si eventualmente son descubiertas en esta infracción penal.
No sé, porque no soy Dios, sino una criatura humana limitada, falible, por tanto (tengo la convicción de que no hay criaturas humanas infalibles, por más que haya quienes se crean tales, con resultados tan negativos para la humanidad como los que rodearon la Inquisición). Tampoco sé cuándo en realidad se inicia la vida humana en el útero de una mujer. ¿Cuándo óvulo y espermatozoide se juntan? ¿A partir de las 18 semanas de la fecundación? ¿Cuándo el alma, el espíritu, se adentra en el feto? No tengo respuesta contundente, aunque me inclino por la tesis de que la vida humana comienza a incubarse a partir de los dos meses del embarazo, y que cuaja cabalmente cuando el feto sale del vientre de la mujer. Porque la hominización, es decir, la infusión del alma en el cuerpo se produce entonces y sólo entonces, desde mi punto de vista, que no es de mi propia factura, pero que asumo porque creo fervientemente en la fuente donde obtuve el dato*.
También sé, con absoluta certeza, que las mujeres –y los hombres- que en este país defienden los derechos reproductivos de la mujer, no son criminales. Al contrario, son gente, casi todas y todos, amantes de la justicia, de la solidaridad, del amor, de la vida, la propia y la ajena, y preocupados, altamente preocupadas, por la suerte de las mayorías marginadas. No con discursos, sino con hechos, porque han dedicado gran parte de sus vidas a trabajar, en barrios, pueblos, cañadas y caseríos, por el crecimiento y la promoción personal y social de los de abajo. Aunque no vayan a ninguna iglesia, creo que llevan a Dios en las entrañas, en el corazón, en la sonrisa y hasta en las lágrimas.
Los que juzgan como criminales a quienes defienden los derechos reproductivos de las mujeres se creen, desde mi punto de vista, más poderosos que el mismo Dios y hasta se ufanan de representarles en esta Tierra, y juzgan sin misericordia y con una gran carga de injusticia –misericordia y justicia son virtudes cristianas- a quienes simplemente buscan, con su defensa de estos derechos, proteger la vida de cientos, de miles de mujeres, que mueren cada año en este país y en otros muchos de esta América nuestra, principalmente, a consecuencia de un intento o de un aborto inducido.
Decir que quienes buscan la despenalización del aborto, no del inducido, sino del terapéutico (en ninguna discusión se ha planteado, en el presente, en este país, la cuestión del aborto inducido), constituye un paralogismo. Porque en el Código de Salud no se plantea cuestión alguna sobre el aborto. Y eso lo saben, presumo, quienes han formado toda esta alharaca para llamar criminales a quienes, sencillamente, aspiran a que se reconozcan derechos que son sólo de mujeres, los derechos reproductivos, cuya importancia y trascendencia pueden ser entendidas sólo por una mujer o por aquellos hombres dotados de una altísima capacidad de empatía.
Como también deben saber, a menos que -¡vaya usted a saber por cuales razones!-, se hagan los tontos, que el Código Penal, en su artículo 317, castiga severísimamente , a quienes practiquen un aborto inducido, a los eventuales cómplices e, incluso, a quien se limite a informar a una mujer donde puede hacerse un aborto.
Es decir que el afán de consagrar en una ley adjetiva un derecho humano sustantivo, reconocido, por tanto, en la Constitución de la República y en convenciones internacionales, como la declaración universal de los derechos de las personas, ratificadas por este país y por todas las naciones de la tierra, parecen, a mis ojos y mi raciocinio, interesados en propósitos “moralistas”.
Ojalá, es mi deseo, que todas estas energías se dediquen a, por ejemplo, impulsar una “cruzada” para conseguir una sociedad más justa, para lo cual, estimo, debe insistirse en luchar contra la injustísima repartición de las riquezas. Porque -¿acaso no se han enterado?-, las injusticias prevalecientes en esta sociedad están entre las razones de peso que inducen a muchas, a muchísimas mujeres, a hacerse un aborto. Y a sentirse culpables, al ser “castigadas” por la “moralina” de nuestras sociedades, incluídas sus iglesias de todas las creencias, matices y profetas seudo “representantes” de Dios y voceros de Cristo.
*La fuente a la que aludo fue uno de los facilitadores del Instituto Dominicano de Ciencia Cósmica, Inc., donde inicié, hace unos trece años, estudios que me permitieron encontrarme conmigo, es decir, descubrir al Dios-Diosa que soy, como es cada criatura humana. Gracias a tales estudios, es decir, a Dios, estoy viva por cuanto he descubierto de cuántas cosas soy capaz si me dejo guiar por las energías divinas. Y nada me arredra ni me conturba, aunque -les confieso- a veces me provocan rabia los comportamientos de muchas personas, principalmente de la "élites" ¿gobernantes?, pero como son mis hermanas y hermanos humanos, incluso el locuaz y prepotente Cardenal, procuro entenderles... Se tratan, estos estudios, de la Ciencia Cósmica, cuya definición y alcances compartí en un texto anterior, editado por el mismo Instituto y que compartí contigo).
sábado, 8 de septiembre de 2007
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