lunes, 3 de agosto de 2009

Así era Adolf Hitler

Nota de la editora: Texto copiado del sitio Muyinteresante.com
Lunes, 03 de Agosto de 2009
Aunque era austríaco de nacimiento, Hitler, arquitecto y pintor frustrado, aprovechó las circunstancias sociales de la Alemania derrotada tras la I Guerra Mundial para establecer en este país un demencial sistema político basado en la supremacía aria, el nacionalsocialismo y el culto a su propia personalidad.

El historiador británico Allan Bullock, uno de los más reputados biógrafos de Adolf Hitler, estaba convencido de que la enfermiza mentalidad del dictador se encontraba exclusivamente enfocada a la reivindicación del poder absoluto. Efectivamente, el Führer parece encarnar la misma esencia de la brutalidad. Y aún así, su elección en las urnas fue aclamada por cientos de miles de personas y buena parte de Alemania le siguió devotamente a la guerra. ¿Cómo se explica semejante fenómeno? Ian Kershaw, catedrático de Historia Moderna en la Universidad de Sheffield, en Inglaterra, autor de un monumental ensayo sobre esta figura, señala que para entenderlo es imprescindible profundizar en su experiencia durante la Primera Guerra Mundial.

Un monstruo lleno de odio incapaz de experimentar la empatía

“Aquellos años influyeron mucho en su psicología. En el frente se deshumanizó y desde entonces no hizo otra cosa que buscar culpables; se obsesionó con dar la vuelta a la historia”, apunta Kershaw en una entrevista en El País. Otros investigadores, sin embargo, como la escritora y psicóloga de origen polaco Alice Miller, creen que es necesario ir más allá y penetrar en su infancia para descubrir las raíces del mal.

Hitler nació en Braunau, una pequeña aldea austriaca situada cerca de la frontera con Alemania. Su padre, Alois Hitler, era un modesto y severo agente de aduanas. En su estudio How could a monster succeed in blinding a nation?, Miller comenta cómo el Führer le relató a su secretaria que en una ocasión fue capaz de contar los 32 golpes que le propinó Alois sin verter una lágrima. “Hitler desarrolló una personalidad primitiva, incapaz de experimentar empatía, sedienta de odio”, indica. Quizá por ello Adolf, que era el segundo de seis hermanos –aunque sólo él y su hermana Paula sobrevivieron a la infancia–, se sentía especialmente unido a su madre, Klara, cuya muerte, en 1907, le afectó profundamente. Su padre, que había fallecido cuatro años antes, deseaba que su hijo fuera funcionario, una perspectiva que no agradaba al joven Hitler, que se inclinaba más por la pintura y la arquitectura. No lo logró: suspendió en dos ocasiones el examen de acceso a la Universidad de Linz –donde se interesó en las ideas antisemitas del profesor Leopold Poetsch– y fue rechazado por la Escuela de Bellas Artes de Viena “por falta de talento”.

Hitler, que malvivía en la capital austriaca de la venta de sus pinturas, se trasladó a Munich en 1913, en parte atraído por la potencia de Alemania y en parte para eludir el servicio militar. Un año después, sin embargo, no dudó en alistarse como voluntario en el ejército de ese país. Durante la Gran Guerra fue destinado a Francia y Bélgica como mensajero, alcanzó el grado de cabo y recibió dos cruces de hierro. Al término del conflicto, Hitler quedó temporalmente ciego por un ataque con gases tóxicos y fue trasladado a un hospital de campaña. Allí fue diagnosticado como “peligrosamente psicótico”, una manía que se acrecentó cuando Alemania capituló en noviembre de 1918. Más tarde, las draconianas condiciones que estableció el Tratado de Versalles contribuyeron a crear las condiciones sociales y políticas que le darían el poder. En septiembre de 1919, se unió a un pequeño partido de extrema derecha, el Partido Obrero Alemán, el futuro partido nazi.

Sobre todo, despreciaba a los judíos y a las democracias

Dos años después, había ganado una gran notoriedad con sus discursos, en los que atacaba a los grupos rivales y a los judíos. Su carrera política tomó un rumbo aún más drástico y en 1923 intentó derribar el Gobierno bávaro en Munich, una acción que le supuso una condena de cinco años de prisión, de la que sólo cumplió ocho meses. Aprovechó su estancia en presidio para dictar Mi lucha, todo un manifiesto en el que queda patente su desprecio hacia la democracia y los judíos.

Ya en libertad, Hitler aprovechó la crisis económica para atraerse el voto: prometió crear puestos de trabajo y devolver a Alemania su pujanza. Aunque fue derrotado en las elecciones de 1932, promovió una ola de revueltas que llevó al Gobierno al colapso. Así, el 30 de enero de 1933, fue elegido canciller. Año y medio después se nombró Führer –Guía–, y se preparó para eliminar toda oposición. El Partido se hizo cargo del aparato burocrático, inició el proceso de eliminación de los “enemigos de Alemania”, tomó el control de la economía y creó la Gestapo, un cuerpo de policía que combatía las “tendencias peligrosas para el Estado”.

El Führer había preparado el país a conciencia para la guerra. Ian Kershaw señala que Hitler aprovechó el sentimiento de vergüenza nacional originado tras la Gran Guerra para intentar destruir a los “pueblos inferiores”, una iniciativa fustrada por la resistencia de británicos y soviéticos y la entrada en el conflicto de los EE UU.

Aunque nunca tuvo en mente capitular, su salud, sin embargo, era delicada: padecía jaquecas, crisis cardiacas y posiblemente ictericia. Y es que para entonces, el dictador era una ruina humana. En 1931, a raíz del suicidio de su sobrina Geli Raubal, de la que estaba profundamente enamorado, dejó de comer carne. Su dieta, por el contrario, incluía grandes cantidades de anfetamina pura que le provocó irritabilidad y alucinaciones. En un documento de 1943, Henry Murray, miembro de la Oficina de Servicios Estratégicos, precursora de la CIA, realizó un informe sobre su personalidad que acabó siendo premonitorio. En él señalaba que en caso de derrota podría suicidarse de forma dramática. Así fue. En la madrugada del 29 de abril de 1945, dictó su testamento y contrajo matrimonio con Eva Braun. Un día después, ambos se suicidaron. Sus cadáveres fueron sacados al jardín de la cancillería, rociados con gasolina e incinerados.

Abraham Alonso

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