viernes, 31 de agosto de 2007

Amarse es aceptarse... Y crecer

Esta carta -tiene diez páginas- fue publicada -hace unos cinco años (no recuerdo la fecha exacta) en el Listín Diario. La compartiré contigo en varias entregas. Aquí va la primera

No se trata de perder la memoria. De lo que se trata,
si queremos amar y amarnos, es de curar las heridas
dejadas por los dolores del pasado.


Con relativa frecuencia escribo cartas a mis íntimos e íntimas, que, en algunos casos, no les entrego, por razones que van desde la superación de las situaciones objeto de reflexión en los textos, hasta empeño en no lastimar a mis destinatarios y destinatarias. La carta que sigue fue escrita -y entregada- a una amiga, una hermana del alma. Como creo que su contenido podría servir para, por lo menos, provocar reflexiones en otra gente, he decidido socializarle a través de esta hospitalaria tribuna. Dejo constancia de que eliminé informaciones que, eventualmente, podrían identificar la destinataria del texto o a cualquier otra persona, para cumplir con un imperativo ético: respetar la intimidad de la gente.

En este día de viernes santo -rojo en los calendarios de, tengo entendido, todas las naciones de Occidente (parecería una casualidad el uso del rojo para marcar un día de fiesta -la reflexión es la fiesta más grande del espíritu-, pero la casualidad no existe. No hay efecto sin motivo, excepto el Principio primero, lo que no comienza ni termina). Porque rojo es, el color de la energía de una de las tres esencias infinitas, eternas (el Padre creador -puede ser la Madre porque la Divinidad es asexuada-, de la Trinidad, en el dogma religioso), Dios, para la cultura patriarcal prevaleciente; en este día de viernes santo, repito, puse mano a la tarea anunciada: escribirte una carta, como te anticipé. Quiero comenzar retomando nuestra fugaz conversación de anoche, casi debajo del dintel de la puerta principal de entrada a la cocina de tu ¿hogar?
Tal como dijiste entonces, no es nada fácil tomar las riendas de la propia vida. No. Lo sé porque viví y sufrí el proceso en carne propia. Gente amiga me ayudó sobremanera en mi proceso personal hacia el logro de meta tan trascendental. Sabes, por tus propias socialización y observación personal, que las mujeres de nuestras generaciones hemos sido educadas para ser esposas amantes y madres abnegadas dispuestas a todos los sacrificios, incluso a la negación personal. Todo en aras del ¿bienestar? de los hijos, por cuya sanidad, precisamente, muchas veces procede un divorcio o una separación, porque si una no se siente bien, está insatisfecha, carece de las condiciones y de la capacidad necesarias para dar tranquilidad, seguridad y felicidad a los suyos y mucho menos a sí misma.
Antes de entrar en materia creo conveniente formular algunas precisiones. Te voy a hablar descarnadamente, sin ambages. Escribiré, sin censura, mis verdades acerca de ti. Seré atrevida incluso en el enunciado de mis percepciones e intuiciones sobre tu individualidad, porque, como toda mujer, tengo una grandísima intuición, a más de que he procurado aguzar la capacidad de observación. (Los hombres también tienen una gran intuición, pero por razones que no viene al caso enunciar y que se desprenden de su particular siquismo, son pocos los que la desarrollan y aprovechan). Seré así porque me comunicaré contigo obedeciendo a mi interés de que seamos auténticamente amigas. Para que me entiendas bien, copio, a seguidas, algunos puntos de vista de dos autores sobre la amistad: "... Como es un bien (la amistad) reservado a los elegidos, resulta el sentimiento más incomprendido y peor interpretado. No admite sombras , dobleces ni renunciamiento. Exige, en cambio, sacrificio y valor, comprensión y verdad. !Verdad por sobre todas las cosas¡, dice H. F. Ratti. Y Manly P. Hall, en su folleto titulado "Las facultades superiores y su cultivo", expresa: "Es (la amistad) el supremo vínculo; la amistad es la única y auténtica relación verdadera. Sin amistad, todas las relaciones fracasan, y cuando ella existe, todas las otras vinculaciones son enaltecidas. La verdadera amistad es inapreciable, pero pocas veces se la encuentra en esta civilización, en la cual el egoísmo está destruyendo casi todos los sentimientos más elevados.
(Aunque ciertamente las expresiones del egoísmo humano son masivas en esta civilización, debido, entre otras causas, a la revolución informática -es que los mensajes de los mass media, como cultura, buscan mover, exacerbar, los instintos primigenios, el animal que llevamos dentro-, no creo, como parece sugerir Hall, que los sentimientos más elevados estén siendo destruídos por el egoísmo, a pesar de lo cual tengo que reconocer, porque es obvio, que proliferan los comportamientos egoístas. A mi juicio, nada ni nadie tiene capacidad para destruir tales sentimientos, con todo y que estoy convencida de que quienes viven conforme ellos no son muy populares en este fin de era, inicio de un nuevo milenio y emergencia de una nueva raza humana, y los y las más viven angustiados y algunos y algunas han caído en el nihilismo, como ocurrió en mi caso en el pasado reciente.) -(Continuará-.