miércoles, 5 de septiembre de 2007

Amarse es aceptarse... Y crecer (y IV)

Aunque tal vez te resulte risible por increíble, las energías divinas tienen capacidades inéditas para el común de la gente. Con su poder inconmensurable, podemos prevenir y curar enfermedades, tanto las de la carne como las del alma. Yo no tengo ninguna duda, mayormente desde que usándolas, incluso desafiando las recomendaciones y tratamientos de la ciencia ortodoxa, logré curar el síndrome situacional del adulto que me diagnosticara el siquiatra César Mella -¡oh, los inefables siquiatras!- cuando experimenté, en noviembre de 1995, la fugaz crisis de pérdida de la noción de realidad que ese médico etiquetó con el citado nombre.

Desde mi punto de vista, tus enfermedades recurrentes, tus dolores de cabeza repetidos, tus insatisfacciones existenciales, tus quejas, tus amarguras, son producto de inadecuada utilización de las energías. Me explico: acostumbras a invertir energías en ejercicios fútiles, como, por ejemplo, conversando acerca de usos, costumbres y debilidades de terceras personas. Como bien sabes, hay que respetar el grado de evolución de la gente, no juzgar comportamientos ajenos y ser comprensiva de todas las conductas humanas, por más hirientes, indeseables, inhumanas, criminales y aberrantes que nos luzcan o sean. Porque ni siquiera Dios, quien todo lo puede, osa juzgar a sus hijos e hijas ni obligarles a llevar una vida totalmente virtuosa. No, la Divinidad deja que actuemos de acuerdo a los imperativos de nuestra propia alma y nunca invade la esfera del libre albedrío de que fuimos dotadas y dotados.

Del mismo modo, tiendes, frecuentemente, a decir mentiras, pendejas, por demás, tal vez en ánimo de salvar situaciones cuyo reconocimiento y aceptación resultarían desagradables o incómodas para tí o para otras personas. Y, asimismo, tiendes a canalizar energías en planes que no ejecutas como tú misma has decidido. Al respecto te ilustro con una experiencia que viví contigo el mismo día en que fuimos de tienda. Recordarás que en la tarde, por decisión personal, conviniste conmigo en ir a la iglesia donde predica el padre Tardif, para, al final, echar a un lado tanto tu plan como el mío. Si no lo sabes, desde que tomamos una decisión, canalizamos energía. Si no ejecutamos lo que decidimos, la energía canalizada se pierde, se dispersa y nos enmaraña el aura, a tal punto que afecta nuestro equilibrio orgánico, espiritual y emocional, provocándonos enfermedades en el cuerpo y en el alma. Así las cosas, te sugiero, con todo respeto que no planifiques acción alguna a menos que tengas certeza absoluta de que la ejecutarás. No es que nos convirtamos en máquina. No.

De lo que se trata es de ponderar, planificar adecuadamente nuestros pasos, no perder tiempo en naderías ni en banalidades. En fin, utilizar nuestras energías vitales, divinas, para cultivar propósitos superiores, aunque con suficientes sencillez, benevolencia y capacidad de comprensión y de perdón como para aceptarnos en nuestras debilidades, defectos y fallos. Porque no somos diosas para ser perfectas -si tales fuésemos, no estuviéramos encarnadas en este ropaje humano-, aunque sí estamos compelidas a cumplir nuestras tareas existenciales, caminando siempre hacia propósitos cada vez más elevados, hasta el día en que regresemos a nuestro origen, al seno de la Divinidad, a la Isla Central -el paraiso, para las religiones-, donde "residen" las tres energías primarias, materia inicial de todo cuanto existe y existirá por los siglos de los siglos, porque la creación de Dios es infinita, como él, y, por tanto, nunca terminará.

Bien sabes, porque no soy dada a disimular mis sentimientos ni mis pensamientos, que te quiero mucho y que he procurado ser tu amiga. Pero tú, en cambio, me luces reticente frente a este propósito. Por qué no abres tu corazón, tus palabras y tus pensamientos para el cultivo y crecimiento de una amistad auténtica, en razón de que donde no hay franqueza y verdad es imposible construir ese valor tan inapreciable de que nos habla Hall.

Y en cuanto a tus relaciones primarias, madre-hijas-hijo, esposa-esposo, amigos y amigas, tengo algunos comentarios. Pienso que debes aceptar tus realidades tal cual existen o, pura y simplemente, organizar lo que debe ser organizado, enmendar lo que debe ser enmendado y romper lo que debe ser roto, no importa cuáles cosas dejes en el camino, todo en aras de tu propia felicidad, que, sin ninguna duda, no conseguirás sacrificando los efluvios de tu alma a cambio de materialidades intrascendentes, por más llevadera y cómoda que tales materialidades nos hagan la vida propia y la de nuestras familias. No te estoy dictando fórmulas ni mucho menos dándote consejos para la acción. No, lejos estoy de creerme dueña de todas las verdades ni mucho menos calificada para hacer de pontífice. Mi deseo es menos pretencioso: Aspiro únicamente a acercarme a tu conciencia para que despiertes a una vida plena, en la que tú seas tu propia ama y señora, claro sin olvidar -las mujeres, contadísimas excepciones aparte, nunca lo hacemos- tus responsabilidades personales y familiares, pero sí convencida de que nadie más que tú tiene derecho a escoger el destino personal.

"Con el tiempo aprendí la sutil diferencia que existe entre tomar la mano de alguien y encadenar el alma", escribió alguien hace ya mucho tiempo. Yo conozco también esa sutil diferencia, porque en mi propia vida he conocido gente que me ha amado, me ha querido, pero con amor posesivo y, por tanto, con falso amor. Porque ningún amor verdadero encadena el alma; al contrario el amor auténtico es liberador, respetuoso de las urgencias y necesidades del sujeto amado. Por eso, quien ama de veras toma la mano de quien ama, pero no le encadena el alma, sino que la deja volar, expresarse, caminar hacia el Infinito, Dios, a sus propios pasos, con sus propias potencialidades, deseos y capacidades. Yo deseo, vehementemente, darte mi mano, ayudarte a crecer, aunque sé, con absoluta certeza, que cada ser humano es el único arquitecto de su propio destino, a pesar de que, como sostiene el Budismo, hay maestros, pero sólo cuando el alumno o la alumna está preparada aparece el maestro. Ni antes ni después, sino en el instante preciso. Así, espero cumplir exitosamente el rol de pinche tirano que me has atribuído. Si así debe ser, así será. Porque todo tiene su tiempo y su espacio. Menos la Eternidad.