lunes, 3 de septiembre de 2007

Amarse es aceptarse... Y crecer (III)

La desnudez, belleza del alma

Ciertamente, como me decías anoche, no es fácil tomar las riendas de nuestras propias vidas -dificultad que se agiganta, principalmente en el Tercer Mundo y en el caso de las mujeres-, a quienes se nos educó (también está en el siquismo de cada mujer, porque somos las portadoras de la vida humana y tenemos el rol biológico, principalmente en sus primeros años, de alimentar, mimar y preservar a la criatura, tarea que cumpliésemos más exitosamente si nuestros hombres entendieran -y actuaran en consecuencia- que también toca a ellos aportar para formar mejores hombres y mujeres, pero esto es harina de otro costal). Se nos educó, repito, para estar inmancablemente pendientes -y procurar satisfacerlas- de las necesidades, tanto afectivas como materiales, de nuestros seres queridos: hijos, hijas, madre, padre, marido, y para tener la aprobación de los demás. Como también se nos educó para olvidar nuestras propias necesidades y urgencias. Primero, bien lo sabes porque sin ninguna duda también recibiste la lección, debemos complacer, atender a los demás y luego, si queda tiempo y energías, atender nuestras propias urgencias, siempre, claro está, que su satisfacción no conspirase contra los deseos e intereses de nuestras familias. ¿A cuál mujer de tu generación y de la mía se le enseñó alguna vez, por lo menos en esta ficción de nación que es República Dominicana, que como persona humana tiene derechos inalienables, y el deber de procurar su satisfacción. No, semejante lección se quedó en el tintero. Así, no fuimos educadas para complacernos ni mucho menos para respetarnos y exigir respeto, a pesar de lo cual ha habido y seguirá habiendo mujeres transgresoras -me incluyo- capaces de romper los mitos que se nos inculcó, sin experimentar ninguna culpa. Lamentablemente, sólo unas pocas no experimentan culpas cuando transgreden, rompen, con los designios de la cultura para el ser mujer. Yo lo sé muy bien, porque cuando comencé a transgredir las normas sociales, las culpas me apabullaban, a tal punto que incluso tuve inclinaciones suicidas y hasta corrí el riesgo de convertirme en una alcohólica, inclinaciones que, afortunadamente, superé atendiéndome, estudiando, creciendo, trabajando, aportando. Hoy, sobre todo gracias a mis estudios de Ciencia Cósmica, me siento un ser humano completo, feliz, con alegría vital, aunque los problemas de la cotidianidad -interactuar con gente diversísima en una sociedad tan hipócrita y mentirosa como la nuestra, comprar la comida, financiar la educación de mi hijo, pagar los servicios esenciales de la casa, etc.- son cargantes y jodedores. Pero, con todo, la dinámica de vivir la cotidianidad me aporta elementos que ponen en tensión mis energías y me ayudan a aguzar mi creatividad para afrontar cada vez situaciones más diversas y complicadas, para lo cual cuento, porque las siento en mi fuero interno, con las energías divinas, con el soporte de la Divinidad, que no me castiga por mis supuestos o reales "pecados", siempre me ayuda a llevar mi "carga" y es tan misecordiosa como para, incluso, perdonarme mis defectos, porque -estoy convencida de ello- las virtudes no se improvisan, ni tampoco se pueden forzar, por cuanto ellas son producto del grado particular de evolución de cada persona. Por eso es que, pienso, Marguerite Yourcenar afirma que hay almas que nos hacen creer (ella era atea) que el alma humana existe. Aludía así, en uno de sus libros, a la mística rusa Juana de Vietengoh, una mujer de virtudes tan acrisoladas que eran consustanciales a su ser, a su esencia y que escribió lo que sigue, en palabras mías: los seres humanos, al querer embellecer el alma, la han cargado de oropeles, de la misma forma que adornan los altares de sus santos. Pero el alma sólo es bella cuando está desnuda. Es decir, que -por aquello de que pasa todo cuanto tiene que pasar para la evolución del Cosmos y de la humanidad- privar a nuestra alma de sus expresiones, en aras de acceder a unas pureza y santidad para las que no calificamos, es un ejercicio, a más de estúpido por inútil, violentador de la propia esencia. Claro, estamos "condenadas" a evolucionar, a parecernos cada vez más a nuestra madre, la Divinidad, a cuyo seno regresaremos cuando alcancemos la perfección, meta cuya consecución es el producto de un ejercicio exclusivamente personal, aunque, claro está, hay gente -no tengo dudas- cuyo elevado grado de evolución les califica para "darnos la mano" en nuestro tránsito hacia la perfección. Pero ningún pastor, cura, filósofo, ni orientador personal- nos va a llevar a "la gloria". Como diría un facilitador de Ciencia Cósmica, para alcanzar la Divinidad hay que "mover el culo", es decir, trabajar para eliminar nuestras deficiencias y defectos, procurando siempre conocer -y cumplir, cuando corresponda- las leyes Unica, Divinas, Universales, Cósmicas, de la Inteligencia, de la Vida y del Atomo.

Mientras, en este aquí y en este ahora que nos ha tocado vivir, tenemos -y debemos cumplirla- la ineludible responsabilidad de ser felices mediante la promoción del amor, tanto hacia nosotras mismas como hacía las y los demás. La tarea, si se ha aprehendido e internalizado su importancia y procedencia, resulta llevadera, fácil de cumplir. Te lo digo por mi propia experiencia, aunque debo dejar constancia, por honestidad, de que las energías divinas han sido determinantes en el logro de mi éxito personal, sobre todo la codificación diaria de la Ley Unica, cuya letra copio a seguidas, interesada en que también te sirva a tí: "Conscientemente, voluntariamente, continuamente, eficazmente, amorosamente, estoy en contacto directo, físico, psíquico y espiritual con la Ley Unica, el Pensamiento de Dios, el Amor. La Trinidad penetra en mi con su poderosa energía divina. Esta energía me libera de mis temores, mis inquietudes, mis angustias, mis dudas. Ella sana tanto mi cuerpo como mi alma de todo lo que no está en armonía con el Universo." (sigue)