martes, 4 de diciembre de 2007

Denuncia de un abuso de autoridad... Por qué no le doy los 200 pesos al policía

(Nota de la editora: Artículo copiado del diario Clave Digital, edición del tres de este mes de diciembre. Valga mi acotación: hay delincuentes, muchos de ellos en lujosos despachos en los palacios de gobierno -en las iglesias, los sindicatos, congresos, etc.- que lucen, sólo lucen, honorables y dignos por aquello de sus trajes. Pero el hábito no hace al monje, aunque sí lo ayuda mucho para disfrazar sus fechorías de todod tipo. Si no, revisemos cómo viven los grandes desfalcadores en los puestos de poder.)

Oscar López Núñez/Especial para Clave Digital.


SANTO DOMINGO, República Dominicana.-Después de salir casi de madrugada de trabajar como food stylist en un comercial de navidad de Supermercados Nacional con mis amigos de La Visual Sonora, llegué a mi casa en la calle Duarte casi esquina Mercedes, en la Zona Colonial.
Subí a la azotea de mi casa a tomar el fresco y mi amigo -y room mate-, el artista plástico Ney Díaz H. llegó minutos después.
-¿Tienes cigarrillos?- le pregunté al bajar a recibirlo.
-No tengo, pensé que tú habías comprado- me dijo.
2:30 de la madrugada, la noche aromada de los jazmines del patio de una iglesia cercana no parecía augurar maldad alguna.
-¿Te parece si vamos caminando por el Conde hasta la Cafetería Dumbo a comprar?- le pregunté- acordamos ir.
Nos llevamos un vaso de agua grande y emprendimos nuestra aventura. Fuimos caminando, las farolas del paseo peatonal le imprimían a los edificios un aire romántico y melancólico. Mientras, empezamos a ver la factura de edificios construidos a principios de siglo.
Le comentaba a Ney, que a mi entender, el ser humano se ha ido envileciendo en la medida en que se han constreñido sus espacios vitales, que las construcciones de antaño de techos altos y ventanales amplios que invitaban a entrar y sentarse el aire y la luz, hacían que así mismo fuera el "techo mental" de las gentes. Le comentaba que una habitación de servicio de una casa de antes, tenía dimensiones dignas, que ahora son como cajas, bajitas y obscuras, donde el lavamanos queda arriba del inodoro, y frente a este, el ínfimo espacio que ocuparía un catre de campaña o un camastro. Por supuesto que hablamos de la Habana, de su enhiesta monumentalidad, de la eterna hermosura de su herrería, del óvalo magnifico de la luz que la envuelve de día y de noche.
Llegamos a Dumbo, en el Parque Independencia, compramos cigarrillos y un par de guineos (bananas), y de nuevo por el Conde, nos dirigimos a la casa.
Seguimos conversando y admirando la hermosa arquitectura de la zona, nos tropezamos con varios mendigos que dormían en bancos. Nuestra conversación era muy apasionada y amena.
Dos calles adelante, se paró una camioneta, doble cabina, de la policía. Como el que nada teme, nada debe, continuamos sin prisa alguna caminando; del vehiculo se desmontó aquel policía que, con aires de esbirro trujillista, nos esperó.
-¡Déjenme ver sus documentos!-, tronó con cara de perro rabioso.
Le mostramos nuestros documentos, nos dijo que estábamos presos por caminar en la calle, que los únicos que podían estar en la calle eran los policías.
Nos subieron al vehículo donde habían dos policías más, con las mismas normas de cortesía del cabo Payan, como luego supimos que se llamaba el cabo de marras.
Nos dieron vueltas por la zona, técnica que utilizan para aterrorizar y quitarle dinero a las personas que detienen. Pero Ney y yo continuamos conversando animadamente sobre la arquitectura, el arte y todas aquellos temas que nos permitieron flotar sobre la mierda y la ignominia, no sabía yo que había toque de queda en mi país, y que el derecho al libre tránsito estaba restringido. Al no ofrecer dinero, ni suplicar, ni mostrar miedo y continuar conversando sobre temas no entendibles para él, el cabo Payan se enfureció y subió el radio a todo volumen.
Por fin llegamos al cuartel de la Zona Colonial de la calle Vicente Celestino Duarte.
-Van a tener que salir por fiscalía- agregó con su tono áspero e intimidante.
Un policía joven y de mejores formas, tomó nuestros datos en una maltrecha y arrugada libreta escolar. Eran las tres y algo. La madrugada con su aliento de metal afilaba mis sentidos, -traca traca, traca traca- sonaba suspendido en el techo de madera un ventilador que amenazaba con desprenderse de su base. -Traca traca, traca traca- la luz intermitente de un tubo fluorescente prendía y apagaba, iluminando cuerpos dormidos en sillas desvencijadas y en el suelo, un detenido pudiente roncaba en su saco de dormir. -Traca traca, traca traca-. -La fiscal vendrá a depurarlos a las ocho de la mañana-nos informó el policía joven sentado en un escritorio gris plomo descascarado, mudo testigo de quién sabe que atrocidades. El cuartel, una antigua casa colonial, que sin duda sirvió en otra época a más nobles propósitos, emite un aura mórbida de cúmulo de dolores y sufrimientos. -Traca traca, traca traca- interminable noche, fumo en un patio español- al que el policía joven me permitió entrar- enrejado, junto a una fuente que hace siglos dejó de cantar, hay motores confiscados, escritorios grises, despatarrados, uno sobre otro, de cualquier forma.
Ney, tenía que dar clases de pintura a un grupo de no videntes,- tiene un método de enseñanza de pintura para no videntes- y le explica al policía joven, que debe llamar, pero en este cuartel no hay teléfono, ni prisa, ni respeto al tiempo del otro. Fue una noche larga, donde nos guarecimos cada uno en la fuerza y la dignidad del otro. El día enviaba sus primeros emisarios, -Traca traca, traca traca- el abanico desvencijado, sonando con acento de pala en caja de muerto. Los dedos del alba coloreaban nubes. El policía joven se fue a acostar, y se me acabo el poder vagar por el cuartel, y llego otro policía más viejo, con cara inexpresiva y frente surcada de arrugas como fuelle de acordeón.
–¡Siéntense aquí!- ordenó.
Me insinuó que necesitaba dinero para un pasaje. Empezó a barrer el cuartel, -¿Usted no le pega a esto?- Le dijo a Ney, mientras intentaba pasarle la escoba.
-Si usted me obliga- le contestó Ney, mientras yo lo miraba con cara de poco amigo.
Llegaron las ocho, hora en que supuestamente la fiscal iba a depurar los detenidos- el preso de confianza –o el que brindaba refrescos, dinero y comida a los policías- salió a la calle a buscar no sé que cosa, volvió con una muda de ropa, pidió agua para bañarse,
se bañó y perfumó, esperando ser atendido por la fiscal. Subieron la bandera e hicieron a todos pararse, yo me negué a honrarla en aquellas condiciones, yo honro mi bandera porque amo mi Patria, no por terror.
Dieron las diez de la mañana, y pasó un abogado, un amigo que trabaja con Guillermina.
-¿Qué tú haces aquí?
-Preso por caminar por la Calle El Conde.
El abogado preguntó al que estaba de guardia el motivo por el cual me tenían allí. A lo que el susodicho dijo que no sabía. Abogado nos llevó un desayunito y salió a llamar a
Guillermina.
Después llegó un policía de esos con cara de asesino, vestido de civil.
-¿Ustedes son de Afganistán? Dijo señalándonos despectivamente. Después preguntó: -"Si Ney me lo metía a mí, o yo a Ney"… que "quién le daba a quién".
Ney le contestó que ojala él ser la pareja de alguien como yo. Todo esto transcurría a mis espaldas. Después llegó otro, gordo bajo, no sólo de estatura física, sino moral, --¿María es tú nombre?- me dijo burlón.
–Respéteme, que yo a usted no le he faltado al respeto- le dije con rabia.
Conseguí un teléfono, y llamé a Landa, -Por favor llama a Patricia al ante despacho de la Presidencia, dile que estoy aquí-.
Pasaron horas, soportando burlas, faltas de respeto de todo tipo. Llamaron de la Presidencia a los celulares de los encargados preguntando por mí, y como que medio
se asustaron, porque los policías aquí hacen sus fechorías cuando entienden que tú no eres nadie y que no puedes llamar a nadie, ellos te miran la ropa y los zapatos y por ahí evalúan, y como Ney y yo andamos en chanclas y en jeans rotos, no les funciono el colador.
Vino un capitán enviado de la presidencia, tomó nuestros nombres y salió para la fiscalia, en la puerta de al lado. Pasaron dos horas más y la fiscal, nada. Volví a conseguir un celular prestado y llame a Patricia. Finalmente vinieron de varias partes a soltarme, debo decir que el supervisor de Politur que enviaron es un caballero, los otros dos cuando yo le dije de las faltas de respeto de que había sido objeto y que iba a denunciarlo, tanto en mi programa de radio, como en mi columna de Internet "Reflexiones antes del almuerzo".
Me dijeron que "la cosa se podía ir más para arriba si yo me ponía a hablar".
-¿Tú no quieres que se vaya más para arriba la cosa, porque tú estás aquí soltándome porque te mandaron de la Presidencia de la República?- le dije, molesto.
El 2do Teniente Marcelino, Comandante de la dotación, me pidió excusas, y nos llevó, como a las cuatro de la tarde, a donde la ocupada fiscal, que no había podido ir a depurar los presos, porque estaba tan ocupada.-Usted sabe que es cuidándolos a ustedes, porque en el Conde pasa de todo de madrugada –Sí, le contesté- lo que pasa es que yo de hablar tres minutos con una persona, sé cuando es un delincuente, o cuando es una persona de trabajo.
Por eso no les di los 200 pesos al policía Cabo Payan, porque estoy harto de esta crápula que se ciñe los laureles de ser "la autoridad", con terrorismo, chantaje, chanchullo, miedo y bajeza, porque pasé un mal rato, y lo voy a volver a pasar, porque no les voy
a dar un centavo, ni al troglodita grosero del cabo Payan, ni a ningún otro. No les doy los 200, y los exhorto a que no les den un centavo, si por no pasar un mal rato seguimos llevándoles la cuerda a estos maleantes, nunca mejorarán las cosas.
Si algo me pasa sigan adelante, ellos pueden matar el cuerpo, pero no las ideas ni el espíritu. Por lo pronto, yo voy a seguir caminando por el Conde a la hora que tenga que hacerlo, Este sábado pretendo caminar a las 3 de la mañana, con mi amigo Ney, es una caminata de resistencia, si quieren unírsenos, el viernes les enviaré otro correo.
Los amo, como amo la verdad, como amo las flores, como amo la justicia, aunque en este país, la justicia se haga la pendeja, háganme el favor, difundan este escrito, y no les den ni cinco pesos a quienes deberían actuar con la majestad de la ley, y no son más que un club de delincuentes.
Oscar López Núñez
Epílogo:
Salimos al sol de la tarde y sonreímos.
-Ney, me siento orgulloso de ti- le dije con emoción
-Oscar, me siento orgulloso de ti, de tu coraje y valor- me dijo, y nos dimos un abrazo y caminamos por las calles de la Zona hasta la casa.