jueves, 17 de septiembre de 2009

Antonio Escohotado. "Los griegos no tenían problemas con el sexo pero temían al alcohol"

Nota de la editora: Texto copiado de Muy interesante.
Miércoles, 16 de Septiembre de 2009

Puede conversar de drogas psicoactivas con la misma naturalidad que lo hace de Aristóteles, de Newton o de economía. Antonio Escohotado nos recibe en su domicilio madrileño donde nos cuenta cómo evolucionaron los vicios y placeres carnales a lo largo de la Historia.

-La búsqueda del placer y el vicio han marcado la historia de la humanidad. Sin embargo, nuestra valoración moral sobre esos disfrutes ha ido cambiando con el paso del tiempo. ¿Por qué ha variado tanto en cada época?
-Ningún grupo humano ha prescindido de reglas morales, que apoyan esto y rechazan lo otro, si bien algunos de los grupos más duraderos han ido modificando esas pautas con el despliegue de su historia. La ebriedad y la cópula siempre se han tratado con singular preocupación, aunque Occidente fue acumulando experiencia –y tolerancia– en ambas esferas.

-Por lo que cuentan los clásicos, los antiguos atenienses no parecían tener ningún complejo en practicar libremente el sexo...
-Ciertamente, los griegos no tenían ningún problema con el sexo, porque no fueron ascéticos, pero les aterrorizaba el alcohol. Los jóvenes tenían prohibido beber, lo mismo que las mujeres, salvo que fueran cortesanas. Platón afirma que los viejos debemos hacer libaciones a Dioniso (entiéndase beber) cada vez más frecuentes, pues nada alivia en mayor medida las miserias de la senectud. Grecia fue un importante exportador de vino, y Dioniso (el Baco de los romanos) era un dios terrible, símbolo de lo irracional y salvaje. El mejor testimonio lo encontramos en Las Bacantes, la tragedia de Eurípides, donde Dioniso inspira canibalismo y parricidio.

-¿Los romanos tenían el mismo problema con el vino?
-Lo heredaron de los griegos. Durante la República, cuenta Tito Livio la triste historia de una mujer que fue sorprendida con las llaves de la bodega y condenada a no salir de allí hasta haber muerto de hambre. La costumbre se relajó al progresar el Imperio y el vino borró su estigma ancestral al identificarse con la sangre de Cristo en el rito de la misa. Como ocurre con otros vicios y placeres, nos fuimos acostumbrando y hacia el siglo XIII aparecieron los aguardientes, que multiplicaron las enfermedades venéreas no sólo en Europa sino en la China de Gengis Kan. Desde entonces, el alcohol ha sido un fiel compañero para buena parte de la humanidad.

-Volviendo a los griegos, ¿fueron ellos los que refinaron el arte de alcanzar una existencia plenamente placentera?
-Aquella cultura fue admirable. Grecia brilló dos siglos y luego acabó devorada por su propio éxito, que la llevó a entregar todo el trabajo a esclavos y entrar en una decadencia por recesión. Por lo que se refiere al sexo, los grandes problemas llegaron con el cristianismo, aunque los romanos ya habían prohibido con anterioridad los ritos báquicos. Livio cuenta que miles de personas fueron ajusticiadas por participar en ellos.

-¿En las bacanales se ingerían todo tipo de drogas?
-Por supuesto. Eurípides cuenta que Ulises dio de beber a Polifemo un vino tan fuerte que debía ser aguado en cuatro quintas partes, so pena de enloquecer. Quizá los cargaron con extractos de belladona, beleño, hachís, opio, cáñamo e incluso hongos. Lo mismo ocurría en las celebraciones de la gran institución religiosa griega, los Misterios de Eleusis, que persistió hasta la caída del Imperio Romano. La inefable impresión que el ritual causaba en sus peregrinos sólo puede explicarse por magia o por química. Entre sus iniciados se encontraban Platón, Aristóteles, Cicerón, Adriano o Marco Aurelio, todos ellos prototipos de sobriedad intelectual. Fueron los obispos cristianos de Alarico quienes destruyeron el santuario eleusino.

-¿Se conoce qué tipo de sustancia psicotrópica utilizaban en los Misterios de Eleusis?
-Investigaciones de Albert Hof- mann y otros demostraron que los iniciados en Eleusis pudieron consumir un brebaje preparado a partir del cornezuelo del centeno, que sigue creciendo allí en una variedad especialmente poco tóxica. Los sacerdotes eleusinos se llamaban hierofantes (“reveladores de lo sagrado”) y psicopompos (“los que ponen de manifiesto lo anímico”) e imponían a sus iniciados la llamada “reserva mistérica”. Todos juraban por su vida no revelar nada sobre el rito de iniciación. Pero no ya en Eleusis y en otros cultos mistéricos del Mediterráneo, sino en Asia, África y América es evidente que las comuniones religiosas previas al monoteísmo se hacían con hostias psicoactivas.

-Epicuro abogaba por una vida de continuo placer como clave para la felicidad. ¿Fue tanta su influencia en la Antigüedad?
-Epicuro alertó contra quienes viven de vender la vida eterna, y asustan con infiernos. “Sólo cabe temer –dijo– el dolor que acompaña al acto de estar vivo”. Por lo demás, el placer epicúreo, la hedoné, tiene mucho de severidad y matemática; el camino de una vida sensata consiste en evitar que placeres menores nos desvíen de placeres mayores. Evitar los excesos, incluso los copulativos. Imagínese un profesional del porno, que tras horas de trabajo acaba sintiendo incomodidad en las zonas evocadoras del supremo goce carnal.

-Los primeros cristianos debieron aborrecer el pensamiento de Epicuro.
-¿Qué hacer con alguien que tildaba de dementes y manipuladores a quienes metiesen miedo con el más allá? Durante el breve retorno al paganismo que representa Juliano el Apóstata sabemos por el propio Juliano que las obras de Epicuro ya eran difíciles de encontrar. Pero de los centenares de escritos de Demócrito, otro gran moralista ateo, tampoco ha quedado prácticamente nada. Gran parte de la memoria antigua desapareció con el incendio de Alejandría y de las demás bibliotecas públicas romanas.

-¿La irrupción de Roma como potencia mundial produjo grandes cambios en la moral y en la conducta sexual de los ciudadanos?
-Roma mantuvo vigente una norma –si no recuerdo mal, la Lex Escantinia– que preveía enterrar vivo al invertido sexual. Sin embargo, en Vidas de los Doce Césares, Suetonio menciona a emperadores pederastas como Tiberio en su vejez, emperatrices disolutas y orgías como las organizadas por Calígula y Nerón. Historiadores posteriores cuentan otro tanto de Cómodo y alguno más. Por ejemplo, Adriano fue sin duda homosexual. Las clases privilegiadas se permitían ciertas veleidades prohibidas al resto. A pesar de las abundantes historias libertinas de conocidos personajes históricos, como Mesalina, los romanos fueron sinceramente autoritarios en estas cuestiones, y quizá el pueblo más puritano de la cuenca mediterránea.

-Tras leer Yo Claudio, la famosa novela de Robert Graves, resulta difícil creer que los romanos eran unos redomados puritanos.
-La acusación de lujurioso –aplicada a césares, senadores, generales y aristócratas– aparece con alta frecuencia en los textos de los grandes cronistas romanos, como Livio, Salustio o Tácito. Lucrecia se suicida, recuérdese, porque Tarquino la amenaza con decir que ha sido descubierta fornicando con un esclavo. Por lo demás, todos los ciudadanos que tenían esclavas de buen ver dormían con ellas cuando querían. El peligro de que sus esposas hiciesen lo mismo era que el pater familias cargase con bastardos. Nerón se hacía traer rodaballos del Atlántico, sirviéndose de un carísimo sistema de transporte que destripaba caballos durante el día y conservaba por las noches el pescado en hornos de cal rellenos de nieve. Pero el viaje duraba al menos una semana. Sin duda, Nerón digería un género que para nosotros sería infecto. En aquel tiempo, la plebe romana vivía de vales de economato, como ahora en Cuba, y esos dispendios resultaban tanto más odiosos para el moralizante historiador romano.

-Sorprende que la modernidad y el desarrollo tecnológico no hayan impedido la existencia de sociedades intransigentes y autoritarias.
-Me parece que sí han reducido notablemente la intransigencia. Obsérvese, con todo, que entre las dulzuras del sexo está la amargura de verse influido por factores como la belleza física, la elocuencia y otras variantes de la gracia humana. Hay por eso mujeres y hombres que jugaron y juegan con ventaja. Las sociedades poco permisivas y las muy represivas complacen a un sector de población que por una u otra razón se siente menos favorecido o en desventaja.

-¿Cómo afronta el mundo islámico ese deseo humano de sublimar los placeres carnales?
-Mahoma promete a sus fieles que si son justos tendrán todas las huríes que puedan pagarse en la vida, y más aún en el paraíso. Su religión se cuida de ofrecer placer carnal eterno y muchos islámicos tienen todavía harenes. Con el paso del tiempo se han ido haciendo más estrictos, sobre todo por la presión del resto del mundo que les afea la poligamia y el situar a la mujer en un plano inferior al del hombre.
Pero ellos no tienen grandes problemas con el sexo, al menos mientras tengan medios de vida para comprarse sus esposas.

-Sin embargo, son muy rígidos con el alcohol.
-Mahoma murió de una forma imprevista y no dejó claro qué hacer con el alcohol. Sus sucesores llegaron a la conclusión de que quizá no era en sí malo, pero pensaron que sus consecuencias resultaban muy negativas porque inducía a los consumidores a hacer tonterías y a mentir para justificarlas o negarlas. Mentir sí es contrario a la ley divina y para prevenirlo parece que se decidió castigar al ebrio con algunos bastonazos.

-¿Y cuál es la actitud del mundo islámico con otras drogas?
-Hay cierta permisividad con unas y severidad absoluta con otras. Por ejemplo, el opio, cuyas tabletas llevaban estampado tradicionalmente el lema “regalo de dios” (“mash Allah”), circuló intensamente por el mundo islámico hasta mediados del siglo XX, y hasta los años sesenta el Parlamento iraní tenía un fumadero, de la misma forma que el nuestro tiene un bar. Por el contrario, el hachís, tan arraigado en la zona del Rif, se consideró una droga de truhanes en otros países árabes. Me parece que la ley islámica ha llegado a la conclusión de que cualquier agente embriagante puede ser igual de nocivo que el alcohol, pues su consumo podría incitar a las personas a un descontrol que provocaría conductas “inadecuadas”.

-Resulta curioso que en Persia surgiera un personaje como Omar Khayyam, que no tuvo reparos en escribir el siguiente poema: “Puesto que ignoras lo que te reserva el mañana, esfuérzate por ser feliz hoy. Coge un cántaro de vino, siéntate a la luz de la luna y bebe pensando en que mañana quizás la luna te busque en vano”.
-Omar Khayyam era un epicúreo, aunque también se le puede interpretar como un místico al estilo de San Juan de la Cruz o Santa Teresa. En ese sentido, el vino sería un símbolo para estar divinamente poseído. Roumi, quizá el lírico islámico más destacado de todos los tiempos, habla también de la ebriedad de lo absoluto. Siendo persa y sufí como Khayyam, es un poeta báquico pasmado ante la belleza del mundo y la generosidad de su creador.

-En su opinión, ¿qué papel ha jugado el cristianismo en la represión de los placeres carnales?
-Para comprender el papel de la Iglesia en esa particular historia hay que tener en cuenta el Sermón de la Montaña, donde antes de bendecir a los pobres materiales, a los afligidos y perseguidos, Jesús dirige su primera bienaventuranza a los “pobres de espíritu”. El dios protocristiano ama precisamente la desposesión física y quiere vengar los dones naturales. Toda forma de riqueza –empezando por la de espíritu o sabiduría– le sugiere soberbia e impiedad. Sus elegidos son los crédulos o “niños“, y Tertuliano –el más elocuente apologeta inicial– se regocija imaginando que Homero, Aristóteles, Virgilio y Horacio se tuestan eternamente en el infierno, purgando lo que san Agustín llamará poco después “malsana curiosidad científica”. Amar a dios es odiar la realidad física.

-Ese odio a la realidad física choca frontalmente con la conducta sexual de algunos pontífices del Renacimiento. El Papa Alejandro VI, un Borgia de origen hispano, hizo las delicias de los anticlericales de la época por sus continuos líos de faldas.
-¿Y qué me dice de la papisa Juana, que quedó embarazada y parió durante una ceremonia? Pero estas cosas no merecen en realidad mención. Ocurrieron igual en el Imperio Romano y en todos los reinos ulteriores, y me parece mucho menos espantosa una doble vara de medir que cierta conformidad impuesta a todos sin excepción. Allí donde la excentricidad no se admite, la salud social resulta imposible.

-En su último libro, Los enemigos del comercio, usted dice que los comunistas no inventaron nada, que en el fondo se inspiraron en los cristianos.
-Los comunistas ateos nunca lo han reconocido. Marx dice en su Manifiesto (1848) que la clase obrera está condenada a una miseria creciente si no acaba con la “anarquía” productiva, aunque la industrialización produjo lo contrario de una miseria en aumento y la economía planificada ha creado siempre miseria. No me diga que ambos pronósticos carecen de un nexo con la justicia social apostólica, a cuyo juicio la propiedad privada es un robo y el comercio su instrumento perfecto.

-¿El comunismo era puritano?
-Una dictadura –incluyendo la proletaria– aspira por principio a la omnipotencia. Tal como debe abolir la anarquía el intercambio económico libre debe hacerlo con cualquier otro reducto de privacidad. Todo el mundo debe estar bajo la supervisión del Comité Central, delegado a su vez en el Gran Hermano. Por lo demás, a finales del siglo XIX los comunistas del SPD alemán eran muy progresistas en materia de conducta sexual, e incluso alguno sugirió una comunidad de cuerpos y no sólo de bienes. De ellos viene suprimir el adulterio y el aborto como delitos, pero la gran mayoría de esos comunistas se negó a apoyar el leninismo, y allí donde el leninismo logró imponerse cundió la sumisión de todos a alguna normalidad arbitraria.

-¿Se siente usted una persona epicúrea?
-El ignorante sigue ligando epicureísmo con orgías y ebriedad incontrolada, aunque sea una ética de sencillez casi puritana. No reniego de Epicuro, pero es un moralista bastante más limitado que su maestro, Aristóteles, a quien por cierto venero. La matemática epicúrea del placer –en última instancia, no dejar que el corto plazo nos vele el largo– es, por otra parte, un buen compañero para experimentar con toda suerte de cosas capaces de convertirse en dolores, como los afectos, las ideologías y las sustancias psicoactivas, donde ser incauto y tener baja la propia estima lo paga uno convirtiéndose en una piltrafa o un fanático. Siempre existe un justo término medio.

-¿Por qué decidió probar cerca de 140 sustancias psicoactivas?
-Niego haber probado más de diez o doce matrices químicas, con sus correspondientes mezclas. Mi interés original fue abrirle una ventana al conocimiento, influido ante todo por Aldous Huxley. El primer ácido lo tomé en 1964, cuando era un fármaco de psiquiatras.

-Casi a la vez que lo descubrieron los hippies...
-Siempre digo que Sánchez Dragó y yo somos los únicos hippies supervivientes del país. Pero cuando hablo de esa cuerda excluyo a macrobióticos y buscadores de gurús, por más que recuerdo con cierto rubor algunos de nuestros disfraces de entonces. Viví trece años en Ibiza, cuando dio la casualidad de que aterrizaba en la isla mucha gente atractiva, y todo era barato para quien se aviniese a la incomodidad de vivir sin luz eléctrica ni otra agua que la del pozo. Hubo mucha autodestrucción dentro de los trajes floreados, pero las épocas de entusiasmo no abundan, y de aquel experimento vive todavía la isla.

-Usted es un filósofo experto en Aristóteles, que lleva años estudiando la Teoría del Caos y ha escrito multitud de textos sobre pensamiento humano, economía y drogas. ¿Por qué cree que este último aspecto de su bagaje académico es el que ha logrado más resonancia social?
-Seguramente porque es el que más morbo despierta. Me siguen rayando a veces el coche, como si de mí dependiese que otro sea adicto o muera de sobredosis, y alguna vez me lo han dicho desde el coche o la moto contigua, mientras esperábamos que un semáforo se abriese. También me han aplaudido por ofrecer información al respecto.
La discreción es una virtud que lamentablemente descubrí tarde, y si pudiera volver al pasado no le quepa duda de que sería más cauto, por no decir en realidad menos arrogante. Sin embargo, no he mentido, que yo sepa. Y como tampoco puedo cambiar lo que ya fue, oigo con paciencia a quien me grita: “¡Debería haberse muerto hace unos cuarenta años!” (Grandes carcajadas).

Fernando Cohnen