viernes, 9 de noviembre de 2007

En defensa de los locos

(Nota de la editora: Escribí el texto que aparece abajo, en 1990, para el desaparecido diario El Siglo. Y lo comparto hoy porque tengo la convicción de que la gente del poder y del dinero, principalmente los peledeístas "subíos en el palo", podrían encontrar en él un medio para reflexionar acerca de este aquí y este ahora post Noel. Los confieso que "me quilla" repetirme... Y les confieso, además, que Leonel Fernández me ha inspirado, desde que anda empeñado en seguir en la silla aquella, el más bajo sentimiento que me inspiran algunos comportamientos humanos: lástima. La vida te guarda sorpresa... A mí quién me iba a decir que un ser humano que me provocó tanta admiración, aquí y ahora me provoque lástima.)

"La verdadera locura quizá no sea cosa que la sabiduría misma que, cansada de descubrir las vergüenzas del mundo, ha tomado la inteligente resolución de volverse loca".
Enrique Heine.

Las sociedades, sobre todo cuando entran en un período de descomposición, son muy dadas a buscar "chivos expiatorios" para culparlos por sus males.
Somos tan irresponsables que son excepcionales aquellos y aquellas que osan reconocer sus propios fallos, errores y defectos. Los culpables siempre serán los otros y las otras. Nunca nosotros ni nosotras mismas.
La sociedad, como sistema organizado para hacer creer a la gente que de veras es libre, aunque únicamente le permite expresar su individualidad en cosas de poca importancia y aceptables desde el punto de vista social, como dice un teórico del comportamiento humano, la sociedad, insisto, es una perfecta incubadora y propiciadora de injusticias.
Una de las más recientes es la que se ha intentado frente a los locos. Y locas también, por supuesto. Ahora resulta que son ellos y ellas unos de los principales responsables de la ola de violencia, crímenes y otras inmundicias que están socavando a la sociedad dominicana.
Pero no. Digo, en primera persona del singular, que los locos y las locas no tienen absolutamente nada que ver con tanta maldad humana, con tanto asco social. Ellos y ellas, en su mayoría, están tranquilos y tranquilas en los manicomios o en sus casas.
Prácticamente ninguno usa armas. De ningún tipo. Quienes sí andan armados y bien armados, hasta los dientes, son los dueños del poder político. Esos que tienen al mundo expuesto a un holocausto porque prefieren gastar más recursos en armas que en alimentos y en educación. Esos que se enriquecen a cómo dé lugar, mientras la mayoría de los habitantes de la Tierra prácticamente muere de hambre.
Esos que piden paz en oraciones y en declaraciones, mientras con sus hechos, en la cotidianidad, se encargan de fomentar las injusticias y desigualdades responsables de que un niño, una niña, miles y millones de niños y niñas no tengan ni siquiera un mendrugo para llevarse a la boca.
¡Dejemos tranquilos a los locos! Porque si se revisan las estadísticas para establecer la tipología personal de los homicidas y criminales en toda laya, de seguro caeremos en la cuenta de que somos cuerdos, muy cuerdos, los responsables del orden de cosas. Tanto aquí como fuera de aquí. En el Comunismo como en el Capitalismo.