domingo, 23 de septiembre de 2007

Apuntes sobre reelección

(Nota de la editora: Escribí el artículo que copio abajo en mayo de 1997, pero fue publicado el ocho de julio del mismo año, por razones cuyo enunciado no viene a cuento. Lo divulgo hoy en interés de refrescar la memoria a quienes parecen haber hecho suya la incoherencia implícita en el aserto "una cosa es con guitarra, otra con violín".)

Apuntes sobre reelección (De mi carpeta)
-Dedicado, aquí y ahora y "desde la rabia y el orgullo", a Leonel Fernández-

El presidente de la República, doctor Leonel Fernández Reyna, haría un buen servicio a su Patria -y a él mismo- si detiene, de cuajo, la campaña por su reelección que ha asomado a su alrededor, principalmente impulsada por gente de su círculo gobernante, y concentra sus energías y las de cada integrante de su gabinete, funcionarios y funcionarias en la tarea de hacer un buen gobierno, como se comprometió en la campaña electoral recién pasada.

Porque lejos de aportar a la construcción del "Nuevo Camino" que Fernández Reyna se comprometió a recorrer luego de que su partido lo postulara para optar por la presidencia de la República, los aprestos y discursos reeleccionistas en su favor, no importa de donde salgan ni quien los promueva, conspiran contra el establecimiento del clima sociopolítico imprescindible para, por lo menos, comenzar a organizar a esta Nación, tan vapuleada por quienes la han gobernado, principalmente en su pasado reciente, sobre todo los últimos 60 años, respiros aparte.

Dos argumentos fundamentales pueden ser expuestos para sostener el aserto que encabeza estas líneas: 1ero. Si Fernandez da notación -y ya la ha dado, para muchos- de estar interesado en reelegirse, sus parciales tendrían la tentación de incurrir en alguna "indelicadezas", entre ellas las de usar los recursos bajo su administración y control para promover el clientelismo político, un mal endémico en este pedazo de isla, y, 2do. Fernández Reyna, el abogado legalista, el civilista, se inscribiría, si se hace el desentendido frente al asomo de campaña reeleccionista, en la "escuela" pragmática que han instalado en este país aquellos y aquellas para quienes la Constitución -también la leyes- no es más que un "simple pedazo de papel".

Fernández Reyna, quien sin lugar a dudas tiene una misión trascendental en este país: aportar, desde el orden público, para rescatar, aunque sea mínimamente, la honradez, la dignidad, el decoro en las instituciones públicas -y por vía de consecuencia, la confianza de la gente joven, en tales valores (porque ya es poco lo que se puede hacer con los adultos maleados)-, representa, desde el poder, a mucha gente que en este país ha dedicado virtualmente toda su vida -y sus energías- a promover, más o menos coherentemente, principios fundamentales del quehacer público, verbigracia, servir al pueblo, compromiso consignado incluso en el lema del PLD: "servir al partido para servir al pueblo".

Así las cosas, como ya los peledeístas han servido a su partido -se pasaron 23 años desde la fundación del PLD haciéndolo-, les toca ahora servir al pueblo, es decir, dedicarse a trabajar, desde el gobierno, poniendo la mira única y exclusivamente, en sus responsabilidades públicas y los compromisos designados en el programa de gobierno que enarbolaron durante la campaña electoral del año pasado.

Quienes andan hablando de reelección -llámese Danilo Medina o Patroclo Epicúreo, en consecuencia-, distraen energias que pueden dedicar a otros asuntos, como evitar, por ejemplo, que se pague a periodistas para ofrecer asesorías para las cuales los más ni siquiera califican rupestremente, y dan argumentos a las fuerzas opositoras para boicotear las iniciativas del Poder Ejecutivo, mayormente las que precisan la aprobación del Congreso Nacional, dominado por dos partidos políticos que se han repartido la administación del Estado en los últimos 30 años: 22 los reformistas y 8 los perredeístas, con los resultados conocidos por todos y todas aquí.
Amén de las tareas que debe ejecutar para hacer un buen gobierno, la administración encabezada por el otrora considerado "muchachito" -el término lo acuñó el líder perredeísta doctor José Francisco Peña Gómez, en la campaña electoral pasada-, y hoy presidente constitucional de la República, tiene la grandísima responsabilidad de rescatar el respeto que se merece la vapuleadísima Carta Sustantiva.

Siquiera pensar en modificar la Constitución aprobada a vapor en 1994 para anular la prohibición de la reelección -a fin de posibilitar que Fernández se repostule en el 2000- luce un desatino incontrolado, hijo, probablemente, de la tendencia -tan acentuada entre quienes escalan el poder público- a variar las formas de razonar hasta puntos tales como para querer convencer a cualquiera de que dos y dos son cinco.

Como ha postulado más de un jurista de este pedazo de tierra, cualquier reforma a la Constitución de la República debe ser fruto de una Asamblea Constituyente.

Y tal como ha dicho el Consultor Jurídico del Poder Ejecutivo, doctor César Pina Toribio, en declaraciones a la redactora Fior Gil, de Hoy, se debe abrir un gran debate nacional -el PLD se ha propuesto esa tarea, confió el mismo- "...con la participación de todos los sectores organizados del país, a fin de elaborar una agenda para la modificación constitucional. Es decir, que discutamos en todos los escenarios posibles cuáles son las modificaciones, las innovaciones necesarias y las orientaciones para discutir y ver opciones de reflexión profunda pero serena y luego proceder a la convocatoria de una Asamblea Constituyente".

"Es importantísimo -sostiene Pina Toribio- que la reforma constitucional sea el resultado de un órgano especialmente concebido y estructurado para ese fin y que no tenga ningún otro propósito y que permita que el país todo quede bien representado de forma que esa reforma tenga la más alta calificación posible".

Reformar procedimiento

En adición a las secuelas negativas que generalmente dejan las improvisaciones y la prisa en cualquier quehacer, una tarea tan delicada y trascendental como la de modificar la Carta Magna de un país debe ser encaminada con gran mesura y debe ser el producto, tal como ha expuesto Pina Toribio, "...de reflexión profunda, pero serena...".

El primer paso para proceder a modificar la Constitución debe ser variar el mecanismo consagrado en ella misma para su reforma, específicamente en su título XIII, artículos 116 al 120.

De acuerdo al artículo 116 del texto constitucional, la "...Constitución podrá ser reformada si la proporción (sic) de la reforma se presenta en el Congreso Nacional con el apoyo de la tercera parte de los miembros de una u otra Cámara o si es sostenida por el Poder Ejecutivo". (Aunque en este texto se habla de proporción, este termino no es correcto. Sin ninguna duda por la prisa con que se hizo la reforma constitucional, donde debió escribirse propuesta o un sinónimo, se escribió proporción).

"La necesidad de la reforma -establece el artículo 117- se declarará por una ley, que no podrá ser observada por el Poder Ejecutivo, ordenará la reunión de la Asamblea Nacional, determinará el objeto de la reforma e indicará los artículos de la Constitución en los que versará".

El artículo 118 dispone que "para resolver acerca de las reformas propuestas, la Asamblea Nacional se reunirá dentro de los quince días siguientes a la publicación de la ley que declare la necesidad de la reforma, con la presencia de más de la mitad de los miembros de cada una de las cámaras. Una vez votadas y proclamadas las reformas por la Asamblea Nacional, la Constitución será publicada íntegramente con los textos reformados. Por excepción de lo dispuesto en el artículo 27, las decisiones se tomarán por la mayoría de las dos terceras partes de los votos".

"Ninguna reforma -consagra el artículo 119- podrá versar sobre la forma de gobierno, que deberá ser siempre civil, republicano, democrático y representativo".

Y el 120 establece que "la reforma de la Constitución sólo podrá hacerse en la forma que indica ella misma, y no podrá jamás ser suspendida ni anulada por ningún poder ni autoridad ni tampoco por aclamaciones populares".

Así las cosas, proponer hoy que se modifique la Constitución y hacerlo desde una perspectiva reeleccionista, no sólo es extemporáneo, sino que parece obedecer al interés de quienes, una vez saborean las "delicias" del poder, se enamoran de tal manera de él que hasta olvidan sus "principios", tanto como para tragarse sus propios discursos.

Como declarara la licenciada Aura Celeste Fernandez, entonces jueza de la Junta Central Electoral, en entrevista exclusiva para El Siglo, el primer paso con miras a modificar la Constitución debe ser reformar el mecanismo que ella establece para hacerlo, a fin de consagrar la Asamblea Constituyente, a favor de la cual se han pronunciado varios políticos e investigadores, entre ellos el mismo presidente Fernández, el líder del PRD, doctor José Francisco Peña Gómez y Luis Gomez, coordinador general de un equipo de la Universidad Autónoma de Santo Domingo que impulsa un programa de revisión de la Carta Magna, en el que se incluye un componente de educación cívica de la personas.

A más de procurar la consagración de la Asamblea Constituyente, para considerar cualquier propuesta de modificar la carta magna procede, como han planteado Peña Gómez y Luis Gómez, la celebración de un plesbícito o referéndum para que la ciudadanía pueda expresar su punto de vista en esta cuestión tan espinosa y delicada.

Sin embargo, como también lo resaltó la licenciada Fernández en la entrevista citada, este país no está en condiciones en estos momentos para realizar ninguna reforma constitucional.

Aunque en la República Dominicana no hay estado de guerra, de alarma, de excepción ni de sitio, situaciones en que jurídicamente se desaconseja iniciar la reforma constitucional, cualquier persona mínimamente sensata debería reconocer que la actual situación nacional -carencia de un auténtico régimen de derecho, problemas socioeconómicos a granel, una gestión gubernamental que apenas se inicia y a unas elecciones congresionales y municipales a la vuelta de la esquina- no es el mejor tiempo para emprender una tarea tan delicada como la objeto de este análisis.

Así, si de veras piensa en el manoseado interés nacional, los reeleccionistas de nuevo cuño deben abandonar su virtual campaña y dedicarse a justificar los salarios, jugosos, por demás, que reciben de los bolsillos de ciudadanía.