sábado, 3 de octubre de 2009

La familia Kennedy. Una saga estadunidense

Nota de la editora: Artículo copiado del sitio Milenio semanal

Por Oscar Guisoni

Desde los años treinta, papá Joe soñaba con que uno de sus hijos ocupara la presidencia de su país. Muerto Ted a finales de agosto, Caroline es la esperanza de que el apellido siga influyendo en la política de los EU.

“Para capturar pillos hay que nombrar uno”. Con esas palabras el presidente Franklin Delano Roosevelt justificó el nombramiento de Joseph Kennedy como primer presidente de la Comisión de Valores (la SEC por sus siglas en inglés) en los aciagos días de la década de los treinta en Estados Unidos. El viejo Joe había hecho fortuna de un modo turbio. Su privilegiado puesto en la banca le había permitido conocer de primera mano a los desesperados propietarios que no podían pagar su hipoteca durante la Gran Depresión y así pudo hacerse con gran cantidad de inmuebles a bajo precio. Joe era ambicioso, demócrata, católico e irlandés, en ese orden de prioridades, y se había propuesto desde muy temprano, según la leyenda, fundar una dinastía capaz de colocar a alguno de sus hijos en el despacho oval de la Casa Blanca. A 80 años de que montara los primeros pilares del clan político familiar más influyente del siglo XX estadunidense, está claro que logró sus objetivos, aunque al igual que en las historias bíblicas que tanto le fascinaban, el precio que tuvo que pagar fue desorbitado y llegó a parecerse en algunos momentos a una maldición divina que fue cobrándose la vida de sus descendientes. El último hombre fuerte de la saga, Ted, murió hace dos semanas sentado en un escaño del Senado después de una dilatada carrera política. Fue el único de los hombres del clan que logró llegar a la vejez, un mérito extraordinario en una familia marcada por la tragedia.
Nadie sabe cuándo los sueños del viejo Joe comenzaron a torcerse, aunque es probable que la muerte del primogénito nacido en 1915, Joseph, a bordo de un bombardero B-24 en la Inglaterra de 1944, durante la Segunda Guerra Mundial, haya sido el primer indicio. Joseph era el favorito de papá Joe, el joven brillante destinado al sillón presidencial. Cuatro años más tarde, Kathleen, la cuarta de los nueve hijos que Joe trajo al mundo —ella había tenido la osadía de escandalizar a la familia casándose con un protestante (el heredero del duque de Devonshire) —, murió también en un accidente aéreo mientras viajaba rumbo a Francia. Unos años después Ted, nacido en 1932, sobrevivió por milagro a otro accidente de avión. Comenzaba a quedar claro que el avión no era el mejor medio de transporte para los Kennedy. Pero los verdaderos problemas del patriarca venían de mucho antes.

GÁNGSTERS, DIVAS Y CONTRABANDISTAS
Antes de enriquecerse comprando las casas de los desahuciados de la Gran Depresión, la leyenda cuenta que papá Joe se había involucrado en el contrabando de licores en plena Ley Seca, un negocio que tenía sus riesgos si se actuaba con demasiada ambición. Fue así como un buen día se topó con La Banda Púrpura, la violenta mafia judía de Detroit, que comenzó a amenazarlo de muerte porque no les había dado su parte en el negocio etílico. Desesperado, Joe recurrió entonces a la mafia italiana católica, cuyo máximo exponente en Chicago de aquellos años era Joe Espósito, el capo de La Mano Negra, quien le terminó encargando a uno de sus asesinos, Sam Mooney Giancana, que se hiciera cargo del problema.
Pasaron los años y los negocios de papá Joe ganaron en respetabilidad al tiempo que su carrera en el Partido Demócrata iba en ascenso. La muerte del primogénito en 1944 supuso un grave revés para el patriarca, pero en 1959 la suerte volvió a sonreírle. Su segundo hijo, John, nacido en 1917 y que había sido diputado demócrata desde 1947 hasta 1953 y luego senador por el estado de Massachusetts, se lanzó con apenas 42 años y un enorme carisma a la carrera presidencial. En aquellos tiempos, mucho más que ahora, para ganar la candidatura demócrata había que contar con los sindicatos, los cuales en su gran mayoría hacía tiempo que habían caído bajo la influencia de la mafia, así que papá Joe decidió desempolvar sus viejas amistades para darle una manita a su hijo.
Para ese entonces Sam Giancana también había ascendido en su carrera criminal y ahora se codeaba con los grandes de La Cosa Nostra: Lucky Luciano, Meyer Lansky y Frank Costello. Giancana también se había relacionado con Murray Humphreys, un experto en operaciones sindicales que desde el fin de la Ley Seca se había dado cuenta del gran negocio que significaba para la mafia controlar a los trabajadores, ya que de ese modo se
aseguraba una moneda de cambio con qué pagar a los políticos sus favores. Cuando papá Joe acudió en su ayuda, a Sam se le iluminaron los ojos de codicia. Entre eso y la debacle de un sudoroso y sucio —en todos sentidos— Nixon, John ganó las primarias demócratas con el apoyo sindical y en 1960 se transformó en el primer Kennedy en llegar a la Casa Blanca. Mooney Giancana comenzó a ufanarse entre sus amigos de tener a “un presidente” en el bolsillo.
Inspirados por Meyer Lansky, el mítico mafioso judío, el resto de los capos de La Cosa Nostra había realizado grandes inversiones en Cuba y con la llegada de la revolución castrista en 1959 perdieron millones. El principio del fin llegó cuando los grandes jefes no tardaron en pedirle a Giancana que utilizara a “su” presidente para acabar con Fidel, pero ni John ni papá Joe se molestaron en devolver las llamadas. Por si fuera poco, John puso a su joven hermano Bob, nacido en 1925, como Procurador de Justicia, y éste no tuvo mejor idea que comenzar una campaña antimafia. Entonces, cuando la tensión se hizo insoportable, apareció en escena Marilyn y la cosa se puso turbia. Más turbia.
Nunca se sabrá con certeza el tipo de relación que tenía Marilyn Monroe con los hermanos Kennedy, aunque quedará para la historia ese impúdico y sensual “Happy Birthday, mister president” que la diva le dedicó a John en su cumpleaños ante las cámaras. El mito dice que John frecuentaba a Marilyn antes de llegar a la presidencia y que luego el hermano Bob habría tomado la estafeta, pero para 1962 ambos la evitaban. “No soy un pedazo de carne”, dicen que exclamó la Monroe indignada con los rechazos. En julio del 62 la diva comenzó a amenazar con hacer pública la relación que la unía con los hermanos y con dar a conocer los secretos que ambos le confiaron en la alcoba. Entonces el mafioso Giancana vio una oportunidad de oro para vengarse de los desagradecidos Kennedy. El cuatro de agosto la diva apareció muerta en su casa de Los Ángeles. Después de 30 años los familiares de Giancana contaron a la prensa que el mafioso había planeado asesinarla para inculpar a Bob y que en alguna ocasión incluso se vanaglorió de haberlo hecho inyectándole un supositorio de veneno, aunque la versión oficial dice que murió por sobredosis de barbitúricos. El plan no le había salido bien, contaba Giancana, porque Bob borró todas las muestras de su paso por la casa de la diva la noche de su muerte. Apenas 15 meses más tarde JFK fue asesinado en Dallas. Todas las sospechas recayeron en la mafia. Cuando le preguntaban por Lee Harvey Oswald, el único detenido por el crimen, Giancana respondía de modo elíptico, dando a entender que había sido el brazo de La Cosa Nostra. Cinco años después, en 1968, otra bala acabó con la vida de Bob en California, cuando festejaba el triunfo en las primarias presidenciales. Los sueños del viejo Joe se derrumbaron para siempre. La dinastía ya no podría recuperarse.

LA MALDICIÓN
Después del asesinato de sus dos hijos mayores, los infortunios no cesaron para los Kennedy. Papá Joe no pudo resistir el dolor de ver cómo la muerte se abalanzaba sobre el clan y murió el ocho de noviembre de 1969. Tenía 81 años. Ted intentó llegar también a la presidencia pero una tragedia ocurrida el 18 de julio de 1969 se lo impidió para siempre: mientras se encontraba haciendo una carne asada en el islote de Chappaquiddick, en las cercanías de la isla Martha’s Vineyard donde veraneaba la familia, Ted se fue dar una vuelta en coche con Mary Jo Kopechne, una joven de 28 años. Al cruzar un puente el auto cayó al agua y la mujer murió asfixiada. Ted tardó 10 horas en dar el parte a la policía. Su excusa fue que estaba tan cansado luego de intentar salvarla que se fue a dormir y rechazó que estuviera borracho. Pero en 1972 no quiso ser candidato presidencial por miedo a que se removiera este oscuro incidente y, aunque en 1975 intentó pelear la candidatura presidencial contra Jimmy Carter, su campaña fue un desastre. Aún así siguió siendo senador hasta su muerte hace unos días y se transformó en uno de los políticos progresistas más interesantes de Estados Unidos.
Sus hermanos y sobrinos no pudieron eludir lo que comenzó a llamarse la maldición de los Kennedy. Rosemary, nacida en 1918, tenía un ligero retraso mental pero una lobotomía que le practicaron a sus 23 años la dejó discapacitada para toda la vida. Murió en 2005. Eunice (1921) fue una de las pocas entre los nueve hermanos que logró llevar una vida normal. Murió en agosto pasado, unos días antes que su hermano Ted. Una vida igual de apacible llevaron Patricia (1924), fallecida en 2006, y Jean (1928), la única hermana que sigue viva, y que fue embajadora de Estados Unidos en Irlanda durante el gobierno de Bill Clinton. La matriarca del clan, Rose Fitzgerald, murió en 1995 a los 104 años de edad.
Pero el golpe más trágico al clan Kennedy se desató el 16 de julio de 1999, cuando el hijo de JFK, John Jr., abogado, periodista y exitoso editor, murió junto a su esposa y su cuñada en un accidente (otra vez, de avión) mientras sobrevolaba el océano en su avioneta privada. Carismático y mimado por los demócratas, todos pensaban que el clan había encontrado en él al hombre perfecto para continuar la historia. Hoy sólo queda su hermana Caroline, nacida en 1962, un año antes del asesinato de su padre, pero su intento de llegar al senado por el distrito de Nueva York fracasó el año pasado; si bien de ella depende que una de las familias más influyente de Estados Unidos en el último siglo todavía tenga algo que decir en el futuro, Caroline, como la mayoría de sus parientes vivos, parece tener más madera de heredera que de heroína.

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